La II guerra mundial, como todas las guerras, ofrece multitud de aristas; algunas de ellas, seguramente las más interesantes, se plantean cuando el conflicto termina y es preciso enhebrar los mecanismos necesarios para dar forma a la paz, lo que lleva consigo, necesariamente, articular la convivencia y las relaciones entre vencedores y vencidos. En ese complejo entramado aparece siempre un arduo problema: qué hacer con los máximos responsables del sistema derrotado. En Europa, ya lo sabemos, eso se resolvió en el juicio de Nuremberg. En el otro sector, allá en las lejanas tierras de oriente, el gran estratega que llevó a Japón a la derrota y la humillación, el general Douglas MacArthur, convertido en una especie de virrey con plenos poderes, afronta cómo resolver la cuestión, centrándola en una figura emblemática, el emperador Hiro Hito, considerado como un dios por sus súbditos. He aquí un problema político, militar, estratégico, diplomático y de conciencia. Conviene averiguar si su papel fue pasivo, aceptando las decisiones de ministros y militares o si intervino de manera directa en la preparación de la guerra y su desarrollo. O sea, si debería o no juzgarlo y fusilarlo. Pero mientras MacArthur piensa y busca soluciones, la vida sigue y los seres humanos entretejen sus propios problemas cotidianos. Ese es el nudo gordiano de la película que esta semana ofrece el Cine Club Chaplin, Emperador, dirigida por Peter Webber e interpretada por Tommy Lee Jones. Tiene una duración de 98 minutos y podrá verse en versión original subtitulada en español este miércoles día 4 de junio, en la Sala Cinco de Multicines Odeón Cuenca, en sesiones, de las 17, 19,30 y 22 horas.