Título original: Le prénom. Directores: Matthieu Delaporte, Alexandre de la Patellière. Nacionalidad: Francia y Bélgica. Productores: Dimitri Rassam y Jérôme Seydoux. Guion: Matthieu Delaporte. Fotografía: David Ungaro. Diseño de producción: Marie Cheminal. Música: Jérôme Rebotier. Montaje: Célia Lafi tedupont Actores: Patrick Bruel (Vincent), Valérie Benguigui
(Élisabeth), Charles Berling (Pierre), Judith El Zein (Anna), Guillaume de Tonquedec (Claude), Françoise Fabian (Françoise).
Duración: 109 minutos Versión original con subtítulos en español
Vincent, cuarentón y triunfador, va a ser padre por primera vez. Invitado a cenar a casa de su hermana, se encuentra con Cladde, un amigo de la infancia. Mientras esperan a Anna, la joven esposa de Vincent, en un ambiente de buen humor le hacen preguntas sobre su próxima paternidad. Pero cuando le preguntan si ya ha elegido un nombre para el niño, su respuesta provoca el caos.
Todas las familias se llevan bien y son felices hasta que dejan de serlo y ello puede suceder en cualquier momento, por el pretexto más inesperado. Los conflictos familiares ofrecen, desde siempre, materia abundante para la construcción de buenas comedias (o dramas: ¿qué es, sino un conflicto familiar, enorme y desgarrado, Hamlet?) que tanto en el teatro como en el cine ayudan a meditar sobre la condición humana a partir de planteamientos basados en la ironía y la sátira que, si bien producen la inmediata sonrisa en el espectador suelen dejar un poso latente dirigido hacia otro tipo de consideraciones más profundas.
En el caso que nos ocupa, todo iba bien hasta que Vincent dice el nombre que ha pensado para su criatura aún no nacida. No se desvela aquí ningún profundo secreto al adelantar que el nombre en cuestión es Adolfo. La referencia, que podría ser aceptada inocentemente en cualquier otra circunstancia, en este caso viene a ser como una bomba que provoca múltiples interpretaciones en el seno familiar hasta derivar en una abierta discusión, al borde de llegar unos y otros a la violencia, tras pasar por una desaforada serie de comentarios equívocos, confesiones ocultas, pullas indirectas, susceptibilidades y todo aquello que sirve para poner al descubierto las intimidades que se encierran en cada núcleo humano.
Inspirada en una obra teatral de los propios directores, la acción de la película permanece siempre estable en la casa de la pareja que hace de receptores de las visitas y que se convierte así en un trasunto físico del conjunto familiar.
Como ha escrito Julio Rodríguez Chico “allí se destapa la caja de los truenos familiares para sacar a la luz viejos rencores y secretos inconfesados, para darnos todo un repertorio de juicios viscerales y de comentarios de lo más inoportunos. En un santiamén, queda clara la facilidad del individuo para sacar las cosas de quicio y complicarse la vida, para generar tragedias a partir de las cosas más nimias e intrascendentes, para convertir lo anecdótico en un nuevo motivo de discusión. Todo sucede muy rápido porque los afi lados diálogos se cruzan sin que nadie actúe de moderador, porque las reacciones se suceden sin el freno de mano echado, encadenando invectivas que reflejan lo peor de cada uno y también lo mejor. Es cierto que falta sutileza y sobra efectismo en la historia, que se subrayan en exceso las situaciones cómicas y los caracteres esquemáticos, que el recurso a varios insertos en flashback son un camino fácil y desentonan del tono general, pero la cinta atrapa al espectador y le hace pasar un rato agradable”.