Nacionalidad: Chile, Francia. Dirección: Matías Bize (2010). Producción: Adrián Solar. Guion: Julio Rojas y Matías Bize. Fotografía: Bárbara Álvarez. Dirección artística: Nicole Blanc. Música: Diego Fontecilla. Montaje: Javier Estévez. Actores: Santiago Cabrera (Andrés), Blanca Lewin (Beatriz), Antonia Zegers (Mariana), Víctor Montero (Pablo), Sebastián Layseca (Ignacio), Juan Pablo Miranda (Roberto), Luz Jiménez (Guille), María Gracia Omegna (Caro), Alicia Rodríguez (Daniela), Diego Fontecilla (Jorge) Duración: 84 minutos
Goya a la mejor película extranjera de habla hispana; premio al mejor director en el festival de cine de LosÁngeles
Andrés vive en Alemania desde hace 10 años. Regresa a Chile para cerrar su pasado antes de asentarse definitivamente en Berlín. En su estancia, asiste a la fiesta de cumpleaños de uno de sus amigos, donde redescubre todo un mundo que dejó de ver, incluida Beatriz, su gran amor. Este reencuentro puede cambiar la vida de Andrés para siempre.
Con La vida de los peces, Matías Bize (Santiago de Chile, 1979) consiguió el año pasado el premio Goya a la mejor película procedente del continente latinoamericano, incorporando así el cine chileno a la serie de propuestas merecedoras de atención en este otro lado de la cultura ibérica. Productor, guionista y directos, Bize había logrado ya importantes reconocimientos internacionales; no en vano su película En la cama había logrado anteriormente (2005) la Espiga de Oro en el festival de Valladolid. Bize estudió en el Colegio San Juan Evangelista de Santiago de Chile. Con apenas 23 años, y antes de graduarse en la Escuela de Cine, dirigió el largometraje Sábado, una película en tiempo real, que se estrenó mundialmente en el festival de Mannheim-Heidelberg, donde obtuvo 4 galardones, incluyendo el Premio «Rainer Werner Fassbinder» y luego fue seleccionada para participar en múltiples festivales de cine alrededor de todo el mundo, obteniendo distintos premios y buena crítica. Su tercera película, Lo bueno de llorar, se rodó en España estrenándose en el festival de Locarno.
Con este balance llega hasta nosotros este nuevo título firmado por el director chileno, que ha conseguido una suficiente unanimidad de criterios en la crítica, al valorar la película como una propuesta a la vez sencilla y hermosa, con una gran carga emocional, quizá necesaria en tiempos proclives a la incomprensión y la insolidaridad. Los personajes que cruzan por esta historia, empezando por el protagonista, transmiten una sensación de cercanía hacia todos nosotros, como si hubieran sido extraídos de la vida misma cotidiana. Hay que tener en cuenta que el relato se desarrolla en un solo espacio, casi en tiempo real, lo que concede al film una peculiaridad, pues estamos acostumbrados a todo lo contrario, es decir, a la variabilidad y complejidad de los conceptos espacio y tiempo. No existe ese sentimiento de “aventura” que parece cosa implícita en casi todas las películas, sino que el profundo atractivo de ésta reside en su contenido argumental, que hace del diálogo un elemento clave, circunstancia que no afecta para nada a la agilidad del relato.
El factor dominante es, por supuesto, el personaje central, este Andrés que vuelve a su país natal en busca de algo que necesita, que echa en falta, y esa duda forma parte de la intriga inicial que va desenvolviéndose a lo largo de la película. Sabemos que no es un hombre feliz; descubrir ese misterio existencial forma parte del desarrollo argumental, que se va enriqueciendo de manera progresivo a medida que el espectador ingresa a formar parte del entramado narrativo, alejándose de sensiblerías que pudieran empañar la recta comprensión de cuanto va apareciendo en la pantalla. El descubrimiento de esta película nos permite no sólo empezar a identificar el nombre de su director sino también la existencia de un cine chileno del que teníamos algunas referencias, algunos títulos aislados pero muy poco conocimiento efectivo.
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